ANDREJ BLATNIK

El tema del relato "pequeño" de Andrej Blatnik es la cotidianidad sin importancia, el momento, el fragmento, el movimiento, el gesto, el acto huidizo que no decide nada fuera de la literatura y no tiene nada en común con los grandes temas de la metafísica, típicos de los grandes relatos. Sin embargo, esto no aminora su valor. En este caso no se trata de una reducción forzada, sino de un gesto acorde al espíritu de nuestro tiempo que está cada vez más atento también a lo periférico y que no establece una diferencia valorativa entre lo grande y lo pequeño. De allí que en la prosa de Blatnik, que tiende progresivamente de la "mera literatura" a la escritura de tono existencial, nos interpelen en forma de fábulas alegóricas momentos huidizos y aparentemente sin importancia, para los cuales resulta al final evidente -y en esto reside el acento- que no son esencialmente menos importantes que los grandes. De una dispersión esquizofrénica del hombre se dirige nuevamente hacia una especie de totalidad del mundo, que no es (la pretérita) ideológica, sino que se genera más bien en el contexto de la célebre sentencia de Wittgenstein: "El mundo es todo lo que es el caso".

Obra en prosa: Los ramilletes para Adán se están marchitando (cuentos, 1983), Antorchas y lágrimas (novela, 1987), Biografías de los sin nombre (cuentos, 1989), Cambios de piel (cuentos, 1990), El tao del amor (novela, 1996), La ley del deseo (2001).
Ensayo: Laberintos de papel (1994), Mirando de reojo (1996).


El ímpetu del tambor

En el momento en que el palillo se acerca a la membrana parece que todo está perdido; mira, el saxofonista está tomando aliento prematuramente y soplará en el momento inexacto, el hombre detrás del contrabajo está actuando como si el instrumento en su mano de repente se hubiese convertido en una estaca, el trompetista ha puesto los ojos saltones y está pensando en el deportivo rojo que casi lo atropelló cuando tenía tres años e inesperadamente se había visto arrebatado de la madre y corrió a la carretera, el pianista está mirando de un extremo del teclado al otro, le parece como si de alguna manera se hubiera caído, se hubiera plegado sobre sí mismo, como si debajo de las teclas un diablillo hubiera encendido fuego, y también a la cantante se le está bajando todo, la faja se le está aflojando, sabe que podría resollar sólo debilmente en el micrófono, si es que lo puede alcanzar, claro, porque todo sugiere que en ese instante se va a caer, la gente, de un momento a otro, soltará los cubiertos en los platos inacabados y sus ojos empezarán a buscar a los camareros, el maître sacudirá su cabeza; es verdad que el hombre de la recepción, al ver el fiasco, moverá la cabeza negando astutamente, no, por desgracia, estamos llenos esta noche, pero todo esto en vano, el prestigio de la empresa se irá a tomar por saco; pero afortunadamente en el último momento el tambor retarda el ímpetu, el palillo se acuesta suavemente en la membrana y todos comienzan a tocar como es debido, también la cantante se agarra al micrófono y se pone a trinar como un ruiseñor, todo está ganado, los clientes hacen sonar los cubiertos con contento, por favor, guárdenos esta mesa para mañana también, le susurran al maître, esta música es tan agradable, vendremos, vendremos de nuevo.

La voz de la madre

En el cine, el pequeño veía una película de miedo. La gente gritaba de horror. En la pantalla, un asesino invisible mataba a una familia que vivía en un lugar solitario, en una casa de las afueras de la ciudad. No eran culpables de nada o al menos se ignoraba de qué podían serlo, los mataba así, sin razón, por voluntad del destino. Todos los asesinatos acontecían más o menos de forma similar: en cada caso un miembro de la familia entraba confiadamente en una de las habitaciones de la casa, donde le esperaba el asesino, que, desde su escondrijo, le aniquilaba. En todas las ocasiones el público se sobresaltaba: ¡Cómo pueden ser tan estúpidos! Sabiendo que en casa hay un asesino, no ponen cuidado. Ni siquiera el armónico susurro, que podía oírse siempre que el asesino estaba cerca, les ponía sobre aviso, aunque era extremadamente significativo.
La más terrorífica de las escenas era aquella en que el asesino finalmente atraía al hijo pequeño, que sentía que algo iba mal, y que había decidido actuar muy cautelosamente. Lo atrajo imitando la voz de la madre. El chiquillo inocentemente creía que en realidad le llamaba su madre, pero su madre yacía en el suelo, a los pies del asesino, en un charco de sangre. La gente gimoteaba de miedo. Uno que estaba sentado al lado del pequeño susurró: '¡Cuidado, cuidado, esa no es tu madre, esa no es tu madre!' En el momento de mayor tensión una mujer gritó: '¡Corre!' El chiquillo no oía ni corría. Iba directamente hacia el asesino. Todo estaba claro.
El pequeño apretaba los labios, sus ojos clavados en la pantalla. Trataba de convencerse de que aquello era sólo una película. El asesino partió al niño en trozos menudos antes de que éste supiera que aquella no era su madre, y cierto alivio, porque todo había terminado, inundó a la gente. Sabían que el chico no iba a salvarse, había sido demasiado crédulo, no podía acabar de otra manera, se decían a sí mismos. El pequeño pensaba: ¿Cómo ha podido ser tan incauto y no reconocer la voz? Si la hubiera reconocido, habría podido defenderse. ¡Ojalá no hubiera caído en la tentación de entrar en aquella habitación!
El asesino fue descubierto pronto y la película terminó. En la sala, se encendieron las luces. La gente dejó sus asientos, recompuso sus atuendos, todos se detuvieron un rato en la salida, como vacilantes, y después se marcharon en la oscuridad. El pequeño iba con los últimos. Era la primera vez que su madre le había dejado ir a la sesión de noche, y tenía miedo. Hasta su casa, le esperaba un buen rato, vivían en las afueras de la ciudad, totalmente apartados, y como, para ahorrar energía, a las diez cortaban la electricidad, las calles no estaban iluminadas. En cada arbusto, el pequeño barruntaba al asesino y, mientras iba andando, aguzaba el oído a cada rumor, pues no veía nada. De repente, oyó trás de sí algo muy parecido al susurro que delataba al asesino, pero al darse la vuelta, vio únicamente una rata corriendo de una alcantarilla a otra.
Después de unos minutos terribles llegó a casa. Primero pensó que se le quitaría un gran peso de encima, creía que ahora ya estaba a salvo y que podría confiar sus temores a la madre; así todo quedaría en nada, y juntos se reirían de ello, como muchas otras veces. Pero la casa estaba oscura, sin luz por ninguna parte. Al pequeño le pareció que algo no iba bien. Con cuidado abrió la puerta. Entró en casa. Esperó. No sabía qué hacer. La casa estaba silenciosa, acaso demasiado silenciosa. Algo va mal, pensó el pequeño. Algo está dentro. Algo... ¿No le habrá pasado nada a mi madre? Vivían apartados, todo era posible. Ojalá tuviera algo que me ayudase si... Tentó detrás de la puerta. Tocó una cosa fría. La reconoció, era la hoja del hacha. Ayer estuvieron preparando, él y su madre, la leña para el invierno. Su madre le alabó lo fuerte que estaba, cuando él solo partió un taco en dos.
Cuando tomó el hacha en la mano algo cayó produciendo un ruido sordo. Sentía que le latían los oídos. Contuvo la respiración y esperó. Lo que había dentro también esperaba. Luego oyó como le llamaba: '¿Eres tú? Pequeño, ¿eres tú?' Al principio el pequeño quería soltar el hacha de sus manos y entrar, pero se detuvo. Pensó que aquella quizá no era la voz de su madre aunque lo parecía. Lo parecía mucho. Agarró el mango del hacha. Lo sujetaba con las dos manos. Cuidado. Hay que tener cuidado. No arriesgarse nada. '¿Pequeño?' Ahora, la voz parecía aún más ajena. Eso - ¿su madre? No me engañarás, pensó. No me engañarás.
'Pequeño, entra.' No iré, pensó el pequeño. Pero tampoco voy a escapar. Vengaré a mi madre. Tú, el de ahí adentro, ¿qué le has hecho? Es verdad que permitió que me trasladasen a una escuela especial, y que ahora los compañeros de mi vieja escuela no me quieren, pero de todas formas era mi madre, y esta noche me ha dejado ir a la última sesión, aunque la película no era para niños. La vengaré. '¿Pequeño?' Estaba confuso. No sabía qué hacer. La voz se parecía mucho. Más que la de la película. Qué infantil fue el chico de la película, pensó. No es extraño que sucediera aquello. No fue suficientemente cauteloso. '¿Pequeño? ¡Responde!' Ahora la voz estaba más cerca. Viene hacia la entrada, concluyó el pequeño. Concentró todas sus fuerzas levantando el hacha por encima de la cabeza. '¿Estás aquí? ¿Te pasa algo?'
Empezaba a discernir las formas en la oscuridad. Se encogió en el rincón detrás de la puerta y esperó. Se imaginaba a su madre yaciendo en el suelo, en un charco de sangre, y las lágrimas acudieron a sus ojos. El susurro que delataba al asesino le zumbó en los oídos. Ahora que pase lo que sea, pensó. La silueta del asesino apareció en la puerta. El pequeño gimió inquieto y la figura de la puerta se dio lentamente la vuelta hacia él. A través de las lágrimas y de la oscuridad discernió como el asesino no sólo había imitado la voz sino también la imagen de su madre. La semejanza era asombrosa. Vaciló un momento. De repente el asesino con la imagen de su madre observó el hacha en sus manos, y el pequeño, a pesar de la oscuridad, vio entonces como se le agrandaban y desorbitaban los ojos. El hacha tembló en sus manos levantadas y la duda alcanzó la perfección. Después, el asesino con la imagen de su madre gritó terriblemente. El grito no se parecía a nada que el pequeño hubiera oído antes en ocasión alguna, y menos a la voz cálida, benévola de su madre. Se quedó aliviado. Ahora lo sabía.

Traducción Marjeta Drobnič