Mi mujer

Traducción de Pavel Fajdiga

Desde que me decidí a hacerle un mal, estoy amargado. Quizás estoy enfermo. Que debo castigarla, no cabe duda. Es que yo le ofrecí todo. Ya la primera noche, aquella vez, cuando, de repente, me encariñé con ella -esta no es la expresión adecuada- cuando la deseé, es muy probable que causé una mala impresión. Es que estaba bebido, mejor dicho, enajenado por el alcohol; animal. Yo le besaba por todos lados la mano, mientras ella miraba estupefacta -con algo así no se había encontrado nunca-, me rehuía e, inerme, se volvía a un costado para evitar, de alguna manera, mi aliento. Me parece que, probablemente, la estaba violando con el alcohol. De todos modos, el recuerdo me traiciona a menudo. No pocas veces no llega al día anterior. Pero la noche que estoy describiendo está frente a mi ojo interior como si fuera ayer. Un estudiante al lado de nosotros estaba bebiendo de dos copas a la vez, aguardiente de una, vino de la otra; cosechó grandes ovaciones, el magro cuerpo se encogía y se estremecía con un gesto grandioso, el pelo puerco, un viejo reloj pulsera, una mirada vidriosa. Supongo que yo mismo era allí una especie de payaso: es que me habían pedido que cantara, y se reían; me alentaban y alababan mucho, lo que sucede muy pocas veces y me place mucho. Yo brillaba de entusiasmo, cada vez me iba superando a mí mismo, saltaba por la habitación y batía los miembros del cuerpo con un ímpetu imparable, recitaba y gritaba y, entre medio, con gestos decididos, incluso bebía. Las palabras brotaban de mí, toda mi historia y meses de estudio, en el tiempo anterior a la enfermedad, me lanzaron a especulaciones desenfrenadas, a historias completas acerca de la esencia y de la trascendencia y de mí mismo, sí, de lo que más me gusta hablar, en este tipo de estado, es de mí mismo. Es de lo más característico que al reunirme con gente, ebrio de orgullo, hago cosas tales, que al día siguiente no debería despertarme. Después me golpeo la cabeza y la escondo bajo la almohada. En ese momento me resulta claro que debería haberme matado hace tiempo. Como ves, en esta cualidad de mi carácter -en la medida en que podemos hablar aquí de carácter- puede estar escondiéndose también el misterio de mis pérdidas, cada vez más frecuentes, de la capacidad de recuerdo. Sea como fuere, me apena, en cuanto a la primera noche cuando la conocí, y la que está clara, como ya dije, frente a mis ojos, que el único vacío, y no pequeño, por cierto, esconde unos monólogos realmente enormes, que le estuve murmurando al oído -por lo que me conozco, en voz exageradamente alta, lo que habrá sido, probablemente, una fuente adicional de diversión para la mesa- bueno, qué, qué es todo lo que le dije, eso es lo que quisiera saber. Al final de todo, creo que estuve conversando con ella varias veces, si es que puedo llamarlo así, pero podría citar apenas algunas migajas que, oh, ojalá no hubieran existido nunca. Deduzco que nuestra relación amorosa se resintió, en su mayor parte, precisamente por mis fracasados intentos de engañar, de alguna manera, mis malas costumbres y encontrar la medida justa; dicho de manera más sencilla, de encontrar el momento en el que soy totalmente ordinario, oportuno, para encontrarme con la gente, por lo menos con alguien cualquiera de ellos. Ella era paciente y casi buena conmigo: de vez en cuando, aceptó que la llevara a algún local donde sirven café, y eso no es poco, tomando en cuenta mi apariencia. (A diferencia de mí, ella es linda). Es que el consumo normal de café -por supuesto, si a1guien me está mirando- no está siempre en mi poder; así o así, con tal de que ella estuviera cerca, yo temblaba por todo el cuerpo. Y bueno, estaba obligado a consumir alcohol para poder aguantar la cafetería. Y lo consumía, lo consumía más de la medida. Circulus vitiosus. Por supuesto, los siguientes encuentros, digo, el beber juntos café, conversar y eso, en primer lugar, se me borraron de la cabeza para siempre, y en segundo, se fue al demonio la intención de cada vez de mejorar la impresión. Los resultados de estos encuentros amorosos fueron tales, que ella, a menudo se fue, de improviso, de la cafetería, quizás incluso llorando. El lazo íntimo entre dos personas es una cosa muy fina, complicada y sensible. Y ella, poco a poco, se enfrió. Una buena noche colgó el teléfono cuando yo le describía mis sinceros deseos de ella. Eso me afectó de tal manera, que la esperé frente al colegio y le pegué una bofetada. Sus compañeros de colegio, entonces, me machacaron contra la pared y me agarraron de los pelos; percibí también algunas expresiones ofensivas. Sus compañeros de colegio tenían gafas, barba y eran viriles, muchachos maduros, deportistas, que daba gusto mirarlos. Mientras me pegaban, yo pensaba en qué eran mejores que yo, para que ella fuera tan amable con ellos. Yo también uso barba y estoy vestido de manera decente. Los insulté diciendo que estaban golpeando a un poeta. También agregué que deberían estar haciendo reverencias, con justicia, delante de mí; lo que los enfureció, supongo, de manera especial. Pero no les presté mucha atención, porque no vale la pena discutir con gente primitiva; por el contrario, me arrepentí y me aparecí a la mañana siguiente, exhausto de pensar, frente a su puerta. Al comienzo no quiso abrir, pero como yo lloraba, me dejó entrar a su casa. Lloré todavía más y durante mucho tiempo, así que, al final, me perdonó todo y me pidió que me ordenara y que mejorara, sobre todo, mi comportamiento. Me recomendó algunos libros para leer. Pero me empecé a sentir muy mal, porque durante la noche había estado tomando licores, y esto totalmente de repente y empecé a vomitar y un poco cayó encima de ella. Enseguida me empezó a acusar, como si se hubiera olvidado de nuestro reciente acuerdo de que íbamos a ser verdaderos amigos. Esto me calentó mucho, le dije que era una egoísta y luego, incluso, le toqué los pechos. Ella se puso pálida e histérica y me pegó; como estaba gritando, me fui rápidamente. En realidad, me daba un poco de lástima, pero no está bien pensar sólo en el propio cuero, especialmente, si está de por medio el amor. Como vive lejos de la ciudad, en el camino de regreso me metí en un bodegón, que encontré en una de las calles laterales de los suburbios. Allí estaba apoyado un amigo mío; lo conocí el año pasado en un hospital. Para ser breve: una palabra llevó a otra, él llevaba consigo un monto considerable de dinero -divisas- y, en un par de días, ya estábamos sentados en Flek, en Praga, tomando dos cervezas negras. Se me ocurrió ahogar mi desgraciado amor en la bebida. Lo que más me gustaba era un aguardiente fuerte, llamado vodka, que compraba en el supermercado por precios irrisoriamente bajos. Nos reímos bastante, cuando una vez me hice caca encima, esperando en la cola de los helados. Los últimos días estuvimos mendigando, porque ya no teníamos nada. Después el policía dijo que nos teníamos que ir de su país. Si bien estuve protestando bastante, me llevaron en auto hasta el paso fronterizo. Allí me desbordé y me comporté irrespetuosamente. A pesar de mi cuerpo enjuto, soy asombrosamente valiente si tomo alcohol. Estuve deteniendo automóviles para que me llevaran a casa, pero me reprochaban que yo tuviera olor a mierda. Eso no me molestaba mucho y estuve vagando de aquí para allá, a veces escribía con el dedo poesías de amor en la arena, hasta que me pusieron a bordo, de nuevo, los policías. Me descargaron justo frente a la puerta de mi vivienda. Mi vivienda es grande, porque antes estuvo allí la gestapo, y bastante suntuosamente amueblada, si dejo de lado que ya se ensució bastante. Como el viaje al exterior me cansó bastante, estuve durmiendo un par de días. Estuve soñando con mi mujer. En breve la empecé a extrañar más que en cualquier momento anterior. Me puse en camino, visité a algunos conocidos, me dieron pienso y agua y -¡rápido!- a lo de ella. Como no estaba en casa y el severo padre no me dejaba pasar ni siquiera al cobertizo, me decidí a esperarla directamente en el jardín. Según parece, allí me dormí un poco, porque ella me despertó asustada, diciendo que yo estaba como inconsciente. Según dijo, también se sentía aliviada, ya que hacía un buen tiempo que me daban por desaparecido. Me alegró terriblemente su comportamiento simpático y, ya que el hierro se forja al rojo vivo, sin demora y con voz tentadora sugerí que tuviéramos relaciones sexuales. Su reacción fue esta: correr sin decir palabra hasta la casa y cerrar la puerta. Ese comportamiento, tan de adolescente, fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia; instantáneamente me paré y colmé de improperios indecorosos la puerta de entrada, hasta que apareció su padre, un verdadero gigante, y salí huyendo. No le tengo miedo al dolor, pero no le quería dar el gusto de que me estuviera mirando, cuando me estuvieran fajando. Después de aquello, no la he vuelto a ver, porque me rehúye. Todas las noches, su padre la espera delante del colegio, con su coche marca Golf. Traicionó nuestro amor. Al comienzo tuve, de vez en cuando, algunas dudas, pensando que las cosas no eran así como las veo, que ella es, en realidad, una niña dulce y buena. Pero en este punto me estuve ayudando con una especie de estudio del nihilismo que fue, alguna vez, el tema de tesis para mi diploma B. Mis estudios terminaron mal, pero esta vez prendieron. De cualquier manera, ella rechazó todo mi ser, mis capacidades, sobre todo mi amor, que indeciblemente era una tempestad sobre mí y hubiera bastado para llevármela hasta el final de los mundos. Para hacerla feliz. Y si no la puedo amar en sus blancas sábanas, no le voy a dar ni un instante para que pueda olvidarse de mí, para que no piense en mí, me imagine, aunque sea como fiera. Yo también tengo un cierto orgullo y permito este tipo de comportamiento para conmigo sólo hasta cierto punto. Por eso, hoy voy a tomar alcohol y la voy a buscar cuando esté regresando del teatro. Igual estoy amargado, pero hoy le voy a hacer un mal.

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